Ricardo Gil Lavedra: El arquitecto sin banca

Para 1993, Ricardo Gil Lavedra ya era una figura resonante de la vida política y judicial del país. Ocho años antes, había sido parte del tribunal que condenó a los responsables de la última dictadura. En 1988, Raúl Alfonsín lo convocó para ser secretario del Interior con un objetivo concreto: avanzar en la reforma de la Constitución Nacional.

Gil Lavedra ya venía trabajando en esa dirección desde antes. En 1987, tras su salida de la Cámara Federal, comenzó a involucrarse en las discusiones que impulsaba el alfonsinismo para reformar la Constitución. Mantuvo un vínculo estrecho con Carlos Nino, asesor central de Alfonsín en temas institucionales, y empezó a tender puentes con sectores del justicialismo, en particular con Alberto García Lema y Héctor Masnatta, asesores de Antonio Cafiero. Desde ese lugar informal, se convirtió en un operador clave para acercar posiciones y preparar el terreno para un futuro acuerdo.

Ese mismo año, en su casa de la calle Soler, organizó una reunión secreta entre Alfonsín y Antonio Cafiero. Los acompañaron Carlos Nino, Alberto García Lema y Héctor Masnatta. La charla fue distendida pero estratégica. Discutieron la posibilidad de elegir convencionales constituyentes junto con el presidente en 1989, con la idea de que el nuevo gobierno asumiera ya bajo un nuevo marco institucional. En ese encuentro surgió incluso la fórmula del balotaje que luego quedaría incorporada en la reforma: no ganaba el que superara el 50%, sino el que superara los 40 con una diferencia de más de 10 puntos. Un equilibrio entre la tradición peronista y el reclamo de modernización institucional.

Con la interna Cafiero–Menem, los interlocutores cambiaron. Alfonsín le pidió a Gil Lavedra que liderara las rondas de consulta con los partidos políticos desde el Ministerio del Interior. Así llegaron nuevos actores: Eduardo Menem, Bauzá, Corach. Gil Lavedra conversaba con todos, redactaba borradores, buscaba el modo de sostener el diálogo aún cuando la coyuntura se tensaba. Una de las reuniones clave fue el 6 de septiembre de 1988, en la casa de Cristian Colombo, donde los equipos de Alfonsín y Menem acordaron un temario de reforma. Años después, ese mismo listado serviría de base para el Núcleo de Coincidencias Básicas.

En noviembre de 1993, ya con el Pacto de Olivos firmado, Alfonsín le pidió que trabajara con García Lema en el detalle del acuerdo. Las reuniones se hicieron en su estudio. Gil Lavedra fue uno de los arquitectos técnicos de ese núcleo que permitió que la reforma no fuera solo un pacto entre líderes, sino un paquete institucional completo.

Pero toda esa trayectoria no le alcanzó para ser convencional. Las internas de la UCR porteña, donde Fernando de la Rúa se oponía a la reforma, dejaron a Gil Lavedra relegado en la lista. Le ofrecieron un lugar simbólico. Él lo consideró indigno y renunció a la candidatura. Alfonsín intentó convencerlo, incluso fue a verlo a su casa porque Gil Lavedra se había enfermado, la somatización del enojo, según él, le terminó provocando una neumonía.

La política, que lo había convocado para redactar la reforma, lo dejó afuera cuando llegó el momento de defenderla en la Convención. Aun así, Gil Lavedra considera que fue la más legítima de las reformas constitucionales. Y que la Constitución de 1994 selló, finalmente, la recuperación democrática. Aunque él no haya estado en Santa Fe para verla firmarse.

Episodio 23: Ricardo Gil Lavedra - El desafío de reformar la Constitución